Por Oswaldo Muñoz. Director de El Venezolano.
El tiempo pasa, las emociones se van asentado, las expectativas fluctúan entre la esperanza y el resentimiento, el gobierno de Maduro comienza a administrar el poder con otra vuelta de tuerca, se intensifica su mano de hierro, y dentro de ese prisma situacional, observamos los viajes de Edmundo González, unas visitas aquí, otras allá, que crean más desesperación que la certidumbre y la contundencia que la población venezolana demostró el 28j.
Sabido es que las condiciones de un arribo del presidente electo no son ni serán las más apropiadas. Veamos estos desde dos segmentos: “no son las condiciones”, porque es obvio que apenas logre entrar será detenido. Si no sabemos cómo es el rival, o de qué es capaz el rival, cómo lo asumimos en términos de fuerza antagónica, y si careces de recursos para enfrentarlo, lo lógico es que te repliegues. Y, “ni serán las condiciones” porque todo el diseño del gobierno es para conservar el poder.
Si no sabemos mirar este detalle, que es obvio, y comprender que el futuro no está en el cielo, sino en el terreno, con presencia física, es casi natural que, le estamos haciendo el juego al gobierno desde otras contingencias.
Por tanto, Edmundo González ha realizado un periplo que le ha llevado a varios países y ha logrado, al igual que distintos organismos internacionales, un aplastante reconocimiento, pero todo ejercicio de convicción -usted presidente Electo, lo reconocemos como tal- que no es vinculante a la toma del poder, es por naturaleza, un juego de suma cero que va agotando las reservas, en la medida en que pasan los segundos. En rigor; no es cuánto pierde Maduro sino cuánto gana Edmundo.
Por ahora no sabemos -o por lo menos públicamente- cuándo aterrizará en Venezuela Edmundo para enfrentar el resultado electoral y la consecuente juramentación. No es un enigma, es realidad pura y dura. Siete millones de venezolanos hicieron sinergia una sola vez, el día de la votación, un fenómeno imposible de reeditar, pero sin una detonante realista, que capte la emocionalidad del colectivo, es imposible reclamar la victoria.
Ahora bien, no se trata de valorar si esos viajes y esos encuentros con distintas organizaciones y presidentes, como la reciente visita a Ecuador, son suficientes para poder llegar HASTA El FINAL con el objetivo de la proclamación. Si hay una verdad inocultable, más que Maduro continúa en Miraflores, es no saber para cuándo habrá juramentación. Es peor que sentarse a esperar la muerte. La espera mata o vivifica. ¿Cuánto hay de cada cosa en nuestra noción de paciencia? El 10 de enero, el pujante 10 de enero: “Estaré en Venezuela el 10 de enero para tomar posesión”. No conocía al rival, como apuntamos arriba.
Y es que, al no disponer de certezas, lo lógico es que se piense en el advenimiento de un gobierno interino, con el propósito de proteger los activos venezolanos en el exterior, a pesar de la nefasta experiencia que se vivió con el interinato de Guaidó. En ese estire y encoge, Guaidó todavía no ha presentado el cómo administró el dinero recibido por las agencias norteamericanas. Un colosal fallo que hace cojear a la oposición en otras instancias de poder internacional.
No está fácil para el gobierno de Trump intervenir en Venezuela, aunque hay muchos connacionales que así lo desean, más allá de las consecuencias que eso genera. Sin embargo, las sanciones tampoco han sido efectivas. Ahí tenemos a 90 millas una de las dictaduras más longevas del universo, y pasa de todo y no pasa nada.
En conclusión, creemos que Edmundo debería viajar a Venezuela. Suena a locura, pero es un clamor nacional que no tiene porque expresarse en la calle en estos momentos. Edmundo es una espoleta que se ha negado a activarse a sí misma. Él es causa y efecto de su propia narrativa. El poder de los 7 millones aguarda por un estímulo real, no por una vuelta al mundo, a la caza de símbolos.