El profesor de ciencia política y relaciones internacionales ofrece su mirada sobre la democracia, los autoritarismos y el papel de los intelectuales en la región.
La ciencia política como disciplina ha producido el conocimiento necesario para comprender la democracia y los complejos procesos políticos que tienen lugar en Latinoamérica. Una región donde las democracias existen, sí, pero siguen siendo de baja calidad.
Gerardo Munck, profesor de ciencia política y relaciones internacionales en la Universidad del Sur de California, es uno de los académicos más destacados sobre política comparada en América Latina. Conversó con Diálogo Político para ofrecernos su mirada desde la academia sobre la democracia, los autoritarismos y el papel de los intelectuales.
Preguntas fundamentales
¿Cuáles son las grandes tendencias de estudio de la ciencia política en Latinoamérica?
—Hay muchas líneas, muchos tópicos, problemas que se estudian. Una es las instituciones políticas, otra son los sistemas electorales. ¿Qué sistemas electorales hay? ¿Como son diseñados? ¿Qué impactos tienen? ¿Algunos son mejores que otros? Otra línea son los partidos políticos, su funcionamiento y toda la legislación a su alrededor. Se habla, por ejemplo, de crisis de representación. ¿Qué partidos políticos hay? ¿Hay algo que se pueda hacer para que sean mejor vistos por la ciudadanía?
Otra línea de investigación es sobre las legislaturas y las democracias. ¿Cómo funcionan los congresos, los parlamentos? También, la justicia y las relaciones en particular entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial. ¿Tiene independencia el poder judicial? ¿Qué rol está jugando?
Y, por último, todo el tema del desempeño económico de los sistemas. ¿Qué instituciones políticas generan mejores resultados en cuanto al desarrollo y la inclusión social? ¿Hay algún diseño de instituciones que favorece más ciertos resultados?
Perspectiva regional
¿Cómo ve la democracia de la región hoy?
—Lo bueno es que si uno mira históricamente América Latina, nunca hubo una etapa con tantos países democráticos, al menos el nivel básico de democracia. Elecciones con competición y participación ciudadana, derecho a sufragio, el sufragio es masivo. Elecciones, más o menos, sin violencia en las que los ganadores terminan ocupando los cargos públicos.
Básicamente todos los países se han vuelto democracias excepto Cuba. Ahora tenemos dos más que no son democráticos: Nicaragua y Venezuela. Estos días estamos pensando mucho en Venezuela, hay que ver qué es lo que pasa si se da una transición a la democracia.
En Latinoamérica tenemos democracia, pero no nos gustan, nos estamos dando cuenta que tienen muchos problemas. Esto es un debate sobre la calidad de la democracia. Uno puede tener democracia, pero también compra de votos. México, por ejemplo, tiene una violencia elevada y en la última elección hubo asesinatos a candidatos en campaña.
Retomo la idea de una crisis de representación. Se piensa que los políticos están más distantes, que viven en barrios cerrados, no se toman el tren, no se toman el bus, usan coches blindados. En Argentina, por ejemplo, se instaló la idea de una casta política.
Autoritarismo y transición
¿En algún momento se podrán superar los autoritarismos en América latina?
—El gran debate que tuvimos en el siglo XX era sobre qué pasaría cuando los Castro se volvieran viejos y no pudieran mantenerse en el poder. Si podían transferir el poder o no. Y lo han hecho: armaron un sistema institucional con el Partido Comunista. Si lo comparamos con Venezuela, vemos que no hay elecciones en las que se puedan postular candidatos de oposición. No hay libertad para expresarse, un control muy férreo. En el caso de Nicaragua, yo diría que el poder consolidado de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo no tiene un contrapoder posible dentro del Estado.
Y después está el chavismo, diría que lo más complicado y lo más interesante. Parecía que había posibilidad de una transición a la democracia, por lo que se vio el 28 de julio. Creo que esa posibilidad todavía está. La oposición tuvo aciertos a pesar de que María Corina Machado no pudo postularse y pudo respaldar a Edmundo González. Superaron la descalificación y la proscripción, pues la oposición se había equivocado bastante en el pasado.
El gobierno se equivocó en pensar que la oposición no tendría apoyo. Cuando entraron las primeras actas al CNE, después de cerrar las mesas de votación, vieron que se les convirtió en un problema. O sea, se sorprendieron del apoyo popular, aunque las encuestas lo daban.
Crimen organizado
¿Cuánto más la ciencia política debe atender la comprensión de cómo opera el crimen transnacional en nuestra región?
—Pues se está volviendo más importante. Es una empresa transnacional superexitosa. Hay ciertos países ricos, Estados Unidos y Europa, que quieren drogas. Nosotros las producimos, es ilegal, pero hay un montón de dinero para ganar. Y nosotros encontramos un territorio claro que es la entrada por la frontera sur de Estados Unidos.
Veo que se estudia bastante. Algunas preguntas son ¿cómo se organiza del crimen, o por qué es posible su relación con el Estado? Después otros temas conexos, como la trata de personas. Los narcos en México pagan a los gobernadores en la campaña para tener protección. ¿Hay colusión con la política, con la fuerza de la seguridad? Sí. Eso es algo que se venía estudiando en la ciencia política. Otros, como sociólogos y antropólogos, hacen estudios de campo.
Esta gente tiene grandes cantidades de dinero y los políticos necesitan dinero para hacer campaña. Hay un punto de debilidad en el sistema político.
Academicismo y democracia
Ha dicho que el mundo de la ciencia política quedó atrapado en el academicismo de la cita y la puja por publicar en las mejores revistas. ¿Cuán distanciado está de la discusión pública?
Hace falta usar más el conocimiento de las ciencias sociales, que no es la mera opinión de un observador, de alguien que lee el diario. Por ejemplo: dado lo que hemos aprendido sobre transición hacia la democracia, estas son algunas cosas que hay que atender en Venezuela. Ya hay conocimiento sobre distintos regímenes, autoridades militares, regímenes personalistas, el sistema comunista… El caso de Venezuela es diferente y eso tiene ciertas implicaciones sobre la posibilidad de cambio. Más estructurado, que viene del estudio comparado de regímenes autoritarios. Eso no es una opinión.
¿El académico de hoy debe plantearse incidir más en la discusión pública desde la prensa y las redes sociales?
—Hay muchos académicos que escriben columnas de opinión, aparecen en la televisión y ofrecen un punto de vista diferente. Los políticos también tienen su visión. La gente que trabaja en el Estado tiene su conocimiento. En la academia tenemos para aportar, más contexto.
Los intelectuales
¿Qué tan comprometido está el intelectual de hoy con la discusión de las ideas, con poner a la gente a pensar?
—Con Martín Tanaka, en Argentina, publicamos un libro el año pasado: El pensamiento sociopolítico latinoamericano. Entrevistamos a Fernando Cardoso, sociólogo y expresidente de Brasil, y a otros de la generación que empezó en los sesenta a publicar cosas importantes que eran parte del debate sobre la democracia. Sobre porqué hay que valorar la democracia. Y ellos fueron intelectuales comprometidos, que investigaron cosas porque les movía algo. Querían influenciar el destino de sus países. Ahora, el intelectual en general quiere ganar dinero. Y una vía para ganar dinero es escribir papers. ¿Eso te va a promocionar más? En los departamentos académicos sí. Entonces están menos motivados por hacer cambios.
Eso no es algo que las generaciones viejas transmitieron a las más jóvenes. Esto es un cambio que se empieza a dar en los noventa. Hay transiciones a la democracia en muchos países, pero hay crisis económica, lo que hace más difícil ganarse la vida como académico. El rubro se hace más competitivo. No lo veo tanto en los jóvenes. Es algo que sería bueno que se recupere.
Sí te diría que hay más en América Latina que en Estados Unidos. Más intelectuales jóvenes comprometidos. Si comparamos América Latina con los sesenta y los setenta, hay menos, pero más que en Estados Unidos.