Malas noticias para los osos polares

Los osos polares, quizás la especie más representativa de las regiones árticas, son un indicador muy efectivo de la situación ambiental, de la mala salud, de estos territorios, amenazados por los múltiples efectos producidos por el cambio climático.

La celebración del día internacional del oso polar, el 27 de febrero, es un excelente momento para repasar los riesgos y desafíos que afronta el Ártico: los estudios científicos y las malas noticias se acumulan.

El cambio climático, con todas las implicaciones que conlleva, desde la subida de las temperaturas y la desaparición del hielo ártico a las alteraciones de las corrientes marinas, junto con factores como la minería, la contaminación o la caza incontrolada, están poniendo en evidencia una fragilidad muy preocupante, con efectos locales y consecuencias en todo el planeta.

Invierno ártico

Las imágenes de osos polares suelen ser una eficaz llamada de atención sobre los efectos del cambio climático. A menudo son muy impactantes: individuos nadando en mitad del océano en busca de presas, a veces encaramados en pequeños pedazos de hielo o incluso en tierra firme, lejos de su entorno habitual, empujados hasta allí por el hambre.

Sin embargo, uno de los momentos más críticos para sus subsistencia no es tan espectacular ni aparece en los medios de comunicación: es en estas fechas de invierno cuando las hembras, con sus cachorros recién nacidos, se acurrucan en madrigueras de nieve, a oscuras y tras meses de ayuno, a la espera de la llegada de la primavera, cuando se inicia el periodo de caza de focas.

El ciclo natural vuelve a girar: la salida de los oseznos y sus madres coincide con la época de cría de las focas, a las que suelen cazar desde las plataformas de hielo en el mar, en un auténtico festín imprescindible para el crecimiento de las crías y para la subsistencia de la hembras tras el prolongado ayuno.

Y es precisamente este momento tan difícil, todavía en pleno invierno, el escogido por la ong conservacionista Polar Bears International para promover  la celebración del día internacional del oso polar, con el objeto de difundir el impacto que está provocando el cambio climático en los hábitats árticos. Un impacto directo y dramático.

Hielo en retroceso

Un reciente estudio, publicado en Nature Communications, ha puesto de manifiesto el peligro que supone para los osos polares la prolongación de los veranos árticos: esta circunstancia está provocando la desaparición de buena parte del hielo ártico, lo que obligará a los osos a pasar más tiempo en tierra firme, donde es poco probable que puedan adaptarse a vivir durante largos períodos e incluso corren el riesgo de morir de inanición.

El estudio, en el que se ha seguido a veinte ejemplares con cámaras y collares gps, ha sido realizado en la región occidental de la bahía de Hudson (Canadá), donde parece que el calentamiento del clima está afectando a los osos a un ritmo más rápido que en otras regiones árticas.

El autor principal de la investigación, Anthony Pagano, del Centro de Ciencias de Alaska del Instituto Geológico de Estados Unidos, explicó a EFE que el estudio sugiere que “los osos no tienen estrategias de comportamiento y energéticas que puedan utilizar para evitar la pérdida de peso durante el verano en tierra, y esta será mayor cuando pasen períodos más largos en ella”.

Aunque estos animales “muestran una notable plasticidad en su comportamiento, siguen corriendo el riesgo de morir” ya que, al parecer, el alimento que consiguen en tierra no les da la energía suficiente para resistir más tiempo antes de llegar a un estado de inanición.

Investigaciones previas demostraron que el periodo sin hielo en el oeste de la bahía de Hudson aumentó en tres semanas entre 1979 y 2015. Los osos -comentó Pagano- están ahora en tierra una media de 130 días frente a los 100 o 110 que pasaban antes y “es probable”, además, que la permanencia fuera de mar aumente entre cinco y diez días por década.

Riesgos y amenazas

No es este el único riesgo que corren los osos polares. El pasado mes de enero se informaba del primer caso conocido de un ejemplar de osos polar afectado por el virus de la gripe aviar que circula entre las poblaciones de animales en todo el mundo.

La División de Salud Ambiental de Alaska, que ha confirmado que las muestras de tejido recogidas de un oso polar (Ursus maritimus) en septiembre mostraban la presencia de la cepa EA H5N1 del virus de la gripe aviar, baraja la posibilidad de que ese ejemplar se infectara por ingerir restos de aves muertas por esta enfermedad y que el virus se mantuviera su capacidad patógena gracias a las frías temperaturas.

Por otro lado, también es cierto que los osos no son ni siquiera la especie más amenazada por los cambios: ballenas, nutrias de mar y morsas del norte del océano Atlántico, entre otras, son “altamente vulnerables” a los efectos del cambio climático, según un estudio de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) sobre mamíferos marinos.

Los científicos determinaron que la vulnerabilidad al cambio climático es muy alta para el 44 % de las poblaciones de mamíferos marinos, alta para el 29 %, moderada para el 20 % y baja para el 7 % de esas poblaciones,

El estudio, que incluye datos de cetáceos, focénidos, manatíes, osos polares, nutrias de mar y morsas, afirma que “el cambio climático altera las condiciones físicas que sustentan los ecosistemas costa adentro, costeros y oceánicos” y que “los niveles crecientes de calor y dióxido de carbono en la atmósfera se traducen en el incremento de las temperaturas oceánicas y la elevación de los niveles del mar”.

Un escenario complejo

El ártico es un ecosistema muy complejo, con múltiples factores interrelacionados y en el que cualquier pequeña alteración puede romper el equilibrio que lo sostiene. Sobre todo si los cambios son tan rápidos como los detectados en las temperaturas.

Un estudio liderado por Armineh Barkhordarian, del Cluster of Excellence for climate research CLICCS de la Universidad de Hamburgo (Alemania), publicado en Nature Communications Earth & Environment, pone de manifiesto que las olas de calor en el Océano Ártico provocadas por el aumento de los gases de efecto invernadero se convertirán en un fenómeno habitual en un futuro próximo.

Esta investigación señala que desde 2007 las condiciones en el Ártico han cambiado y que, entre ese año y 2021, las zonas marginales del Océano Ártico registraron once olas de calor marinas, que produjeron un aumento medio de la temperatura de 2,2 ºC y que tuvieron una duración media de 37 días. La más potente hasta ahora se produjo en 2020 y duró 103 días, con una intensidad máxima de las temperaturas que superó en cuatro grados la media a largo plazo.

Como un indicador añadido de la gravedad del asunto, estos episodios se han repetido anualmente desde 2015, y para los escépticos, la probabilidad de que se produzca una ola de calor de este tipo sin la influencia de los gases de efecto invernadero antropogénicos es inferior al uno por ciento, según cálculos del equipo de Barkhordarian.

La investigación demuestra por primera vez que las olas de calor se producen cuando el hielo marino se derrite temprana y rápidamente tras el invierno, así que, para cuando se alcanza el máximo de radiación solar en julio, el agua ya ha acumulado una importante energía calorífica.

“En 2007 comenzó una nueva fase en el Ártico”, sostiene Barkhordarian, experto en estadísticas climáticas: “cada vez hay menos hielo grueso, de varios años, mientras que el porcentaje de hielo fino, estacional, aumenta constantemente”. Ese hielo, según advierte, es menos duradero y se derrite más rápidamente, permitiendo que la radiación solar entrante caliente la superficie del agua.

El Ártico está cambiando

Los cambios son cada día más evidentes. Otra investigación, en este caso publicada por la revista Environmental DNA, muestra la presencia de especies atlánticas (capelanes, bacalaíllas, o túnidos) en latitudes hasta ahora inaccesibles para ellas.

Este descubrimiento, en una zona situada a 400 kilómetros al norte de lo que debería ser normal, confirma el fenómeno descrito como “atlantificación” por el científico de la Universidad de Fairbanks (Alaska), Igor Polyakow: la transformación del Ártico en un océano cada vez menos frío y dulce por un mar más cálido y salado, y cada vez más libre de hielo.

Hasta la aparición del cambio climático y debido a los patrones de circulación global de los océanos, el agua del Atlántico fluía hacía el norte, hacía el Ártico, produciéndose un intercambio natural en las zonas más profundas: el agua fría y menos salada del Ártico, con más flotabilidad, se quedaba en superficie, mientras que el agua más caliente y salada del Atlántico se hundía en las profundidades, separadas por una capa de transición entre ambas denominada “haloclima”.

“Mientras el Ártico estuvo cubierto por esa especie de manta protectora que viene a ser el hielo marino, ese intercambio entre océanos vecinos a gran profundidad no fue problemático, ya que las aguas quedaban separadas en capas o estratos debido a su distinta densidad en función de su menor o mayor salinidad”, explicó Polyakow en una entrevista con EFE.

“El calentamiento acelerado del Ártico ha ido causando la desaparición de hielo marino, su superficie se ha calentado, y la barrera habitual entre las capas se ha ido degradando hasta dar lugar a que el agua atlántica se mezcle más fácilmente con la capa superior”, según señaló Polyakow.

Además del Atlántico, los científicos han observado ya como otro océano “vecino,” el Pacífico, empieza también a invadir también el Ártico, con especies del Pacífico habitando ya el mar de Chukchi.

Geopolítica

La situación geopolítica tampoco ayuda lo más mínimo: la invasión rusa de Ucrania está teniendo series consecuencias en el ámbito de la cooperación científica internacional y en la transferencia de información y conocimiento. Un estudio publicado en la revista Nature Climate Change alerta específicamente de la pérdida de datos y comprensión de lo que ocurre en la mitad del territorio Ártico desde hace dos años.

Uno de los autores del estudio, el español Efrén López-Blanco, investigador de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, afirma que desde el inicio del conflicto los investigadores no rusos no tienen acceso a 17 de las 60 estaciones científicas existentes en altas latitudes árticas y viceversa.

Al comenzar la guerra dejaron de fluir “los datos, la información, la visitas y la colaboración, hasta ese momento habitual, entre científicos rusos y de otras nacionalidades”.

En definitiva, el intercambio científico lleva “pausado” durante dos años en un momento vital para comprender procesos como los impactos y la mitigación del cambio climático en el Ártico, lo que se traduce también en conclusiones científicas con cierto sesgo y entorpece la elaboración de estrategias de manejo y conservación de la zona.

Utilizando datos de modelos extraídos de los emplazamientos INTERACT (una red internacional de estaciones de investigación del Ártico) situados a altas latitudes, los autores han cuantificado el impacto potencial de la exclusión de los emplazamientos rusos en la percepción del cambio ártico: el resultado es que la invasión de Ucrania ha provocado una “laguna de conocimiento” que afecta a datos como la temperatura media anual del aire, precipitaciones totales, profundidad de la nieve, humedad del suelo, biomasa de la vegetación, o carbono del suelo, entre otros.

Una mínima esperanza

No todo son malas noticias: según Polar Bears International, los osos se encuentran en cinco Estados del área de distribución: Estados Unidos (Alaska), Canadá, Rusia, Noruega y Groenlandia . En esta última, en concreto en una subpoblación recientemente descrita, un estudio publicado por Science ha recopilado una serie de datos que podrían ofrecer las claves para el futuro de la especie en un entorno en transformación.

La autora principal del estudio, Kristin Laidre, científica polar de la Universidad de Washington, explica en su trabajo que querían estudiar “esta región porque no sabíamos mucho sobre los osos polares del sureste de Groenlandia, pero nunca esperamos encontrar una nueva subpoblación viviendo allí”.

Unos subpoblación que se ha desarrollado aislada y con un comportamiento ligeramente distinto al común de su especie. Mientras que el esto de sus congéneres utiliza el hielo marino para cazar, esta población usa una estrategia diferente: cazan las focas desde trozos de hielo de agua dulce que se desprenden de la capa de hielo de Groenlandia.

El estudio sugiere que el hecho de que estos osos puedan sobrevivir así sugiere que los glaciares marinos-terminales, especialmente los que envían hielo regularmente al océano, podrían convertirse en refugios climáticos a pequeña escala, es decir, lugares donde algunos osos polares podrían sobrevivir a medida que el hielo marino en la superficie del océano disminuye. EFEverde

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