Medios de comunicación de todo el mundo se han hecho eco de la noticia en los últimos días: con cierta rotundidad, se ha dicho que se ha desvelado el secreto de la resistencia milenaria de los monumentos de la antigua Roma.
Numerosos acueductos, anfiteatros, puentes, termas y templos esparcidos por toda la zona del Mediterráneo siguen en pie (algunas canalizaciones todavía siguen funcionando) dos mil años después del esplendor de los Césares, y probablemente habría muchos más si no hubiera intervenido la obra destructora de bárbaros y papas.
“Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini” [NR: expresión latina que traducida dice “Aquello que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberin”] es, de hecho, un famoso dicho que alude a la despreocupada utilización de los antiguos Foros como canteras de mármol para embellecer la Roma renacentista por parte de los pontífices de la época.
Esta observación es aún más sorprendente si se tienen en cuenta los informes de derrumbes de obras civiles que se han llevado a cabo en épocas recientes, de los cuales nos informan las noticias cada tanto.
Investigando los conocimientos arquitectónicos de nuestros ancestros desde 2017 y dando respuesta a este misterio, como lo ha denominado CNNEnlace externo, se encuentra un equipo del prestigioso MIT de Boston, coordinado por el profesor Admir Masic, en colaboración con científicos italianos y suizos.
El estudio publicado el 6 de enero en la revista Science AdvancesEnlace externo se centra en el hormigón con el que los antiguos romanos construyeron sus edificios que, según investigaciones internacionales, tiene peculiaridades que le permiten soportar el desgaste de siglos y agentes atmosféricos e incluso, en determinadas condiciones, repararse a sí mismo.
En el proyecto, que comenzó con el análisis de una antigua muralla de Priverno (Latina), también participó una empresa suiza: el Istituto Meccanica dei Materiali (IMM)Enlace externo de Grancia (Lugano), que realizó los controles experimentales y certificó el estudio internacional.
Los romanos, explica Michel Di Tommaso, director del IMM, utilizaban una mezcla de cal y cenizas volcánicas del Vesubio para producir cemento frío, al que añadían agua, fragmentos y grava para robustecerlo.
La novedad que se ha descubierto en estas investigaciones, asegura el Director de la institución tesinesa, “es que la cal que se usaba, no se absorbió completamente en la matriz, sino que permaneció en forma de granos esparcidos en la misma matriz, algo parecido a lo que sucede con las pasas en el panettone”.
“Estos granos aún hoy, en presencia de agua filtrada a través de las grietas, son capaces de producir nuevo carbonato de calcio y sellar con el mismo principio con el que los huesos se regeneran después de estar fracturados”, concluye.