Hace ya 200 años se libró la que fue la última batalla de la independencia de Venezuela del reino español. Era un 24 de julio de 1823. El general José Prudencio Padilla lideraba la escuadra republicana que terminó de doblegar a la escuadra comandada por el general Ángel Laborde y Navarro. La victoria de los navíos republicanos fue aplastante. De allí surgió la capitulación, el sello definitivo de la independencia venezolana, el acto que no había logrado por completo la batalla de Carabobo, se dio luego de esta gesta naval que hoy se conmemora.
Aquel era otro lago, diáfano, virgen de casi todo, excepto para pescadores.
Y era entonces el escenario de aquel capítulo de guerra que llenaría los libros de historia del país, y también como referente de derrota del reino español.
Sobre el recuento histórico ya se ha escrito, en algunos casos, como es de esperar, con las acostumbradas deformaciones que abren debates, pero si hay algo que Miraflores y la propia sociedad zuliana ha tratado de sortear irresponsablemente en esta celebración de los 200 años de aquella batalla, ha sido el colapso medioambiental del estuario convertido en cloaca, un inmenso cuerpo de agua que se transformó en motor de desarrollo petrolero, pero sobre el que no primó su protección.
Datos de espanto se reflejaban en documentos del Instituto para la Conservación del Lago de Maracaibo (ICLAM) que referían el vertido de no menos de 18 mil litros por segundo de aguas servidas al Lago, incontables derrames petroleros y fugas de gas la lo largo y ancho del cuerpo, roturas de tuberías que contaminaban todo, un proceso que se aceleró claramente luego de las masivas expropiaciones de contratistas petroleras especialistas en el mantenimiento de la infraestructura lacustre de PDVSA, y de las que Chávez ordenó su desmantelamiento.
Hoy el impacto ambiental de los derrames petroleros, y la destrucción profunda de la industria petrolera venezolana resalta incluso en la portada del New York Times de este 22 de julio con trabajos profundos y magistralmente logrados por las periodistas Sheila Urdaneta e Isayen Herrea.
La Fundación Azul Ambientalista, una de las más activas en Zulia, refiere que hoy, en plena conmemoración de la fecha, más del 70% del lago está cubierto del verdín, una microalga espesa y maloliente colonizadora que ahora es noticia internacional, pero que ha estado latente desde siempre. Hace pocos años el lago también copó titulares por aparición de la lenma, una planta acuática que también cubrió grandes extensiones de agua del total de los 13 mil km cuadrados que tiene el lago.
Pero no solo se trata del verdín, sino también los miles de barriles de petróleo que se derraman diariamente en el estuario. “Las orillas están cubiertas de petróleo, de desechos plásticos y basura”, sostienen los activistas. Un producto de la inexistente conciencia ciudadana y la despreocupación del Estado, una responsabilidad compartida que pareciera escurrirse entre planes y planes que no terminan de dar pasos concretos en el saneamiento.
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